El 21 de Octubre, en el marco de la inauguración del laboratorio de Neurociencias y Psicofisiología, de la Escuela de Postgrado de Psicología de la Universidad Católica, nos visitó el destacado investigador Edmund Sonuga-Barke, (director del Developmental Brain-Behaviour Laboratory, de la Universidad de Southampton).
Cuando supe que venía, me sentí emocionado pues estoy familiarizado con su trabajo desde que en el pregrado me sumergí por primera vez en el fascinante mundo del déficit atencional, realizando una investigación acerca de la subjetividad de adultos que recién habían sido diagnosticados (pero esa es otra historia que ya les contaré con más detalle).
Edmund Sonuga-Barke es conocido por su hipótesis de Delay Aversion, la cual sugiere que las experiencias tempranas de los niños con déficit, en situaciones que requieren de esperar por una gratificación, suelen dejar una marca emocional negativa en ellos.
Por ejemplo, al tener que llevar a cabo una tarea que implique demora en la obtención de la recompensa, es probable que un niño con déficit responda en forma impulsiva y cometa más errores que un niño normal. Este escenario puede complicarse por las respuestas negativas de padres y profesores (léase: retos, críticas y castigos), lo que a su vez generará en el niño una asociación emocional negativa frente al contexto en el cual se generó el castigo, es decir la tarea en sí misma. Por ello, ese tipo de tareas (de gratificación postergada) quedará grabado en la memoria emocional del niño como algo desagradable en si.
En suma, la hipótesis de Delay Aversión plantea que, en situaciones que requieran de paciencia y capacidad de aplazar la gratificación, los individuos con déficit atencional tendrán serias dificultades y experimentarán la espera como algo intrínsecamente desagradable (Aquí un estudio con neuroimágenes que explora las bases neurobiológicas del modelo).
La razón de mi entusiasmo por esta perspectiva es que, gracias a mi experiencia como adiestrador de perros, he visto muy de cerca los cambios conductuales que diferentes estrategias de entrenamiento/enseñanza producen en el aprendizaje.
Los primeros métodos de adiestramiento se basaban en la compulsión y en la fuerza como un medio para lograr que los perros adquirieran repertorios conductuales totalmente ajenos a sus patrones naturales. Básicamente se les enseñaba a ejecutar una acción determinada por medio de presión física (collares de ahorque y otros adminículos), y luego se contaba con que el perro respondiera ante el comando como una forma de “escapar” de la presión.
Con el paso del tiempo, la Psicología del Aprendizaje y Experimental mostró que habían otros métodos más eficientes y amables para promover el cambio conductual, basados principalmente en el poder del refuerzo positivo (El clicker es uno de las aplicaciones prácticas más conocidas de esta nueva ola de entrenamiento positivo o “motivacional”).
¿Cuál es la diferencia entre los métodos antiguos (castigo) y los nuevos (refuerzo)?
La diferencia más notable en mi opinión es la actitud del perro ante el trabajo como un todo. La disposición general ante el trabajo. Los perros entrenados en base a refuerzo positivo suelen trabajar con gran entusiasmo y alegría. Todo su cuerpo vibra con energía y determinación. La cabeza, orejas y cola erguidas, la mirada atenta y segura, los movimientos rápidos y fluidos en suave transición de un ejercicio a otro. En suma lo que vemos es una imagen armoniosa y coherente, de un perro que realmente disfruta de su trabajo.
Por contraste, los perros entrenados en base a castigo, generalmente ofrecen un cuadro bastante diferente. Las orejas y la cabeza gachas, la cola baja e inerte, los movimientos enlentecidos, la mirada esquiva, etc… En suma, lo que vemos es una serie de gestos y señales de evitación. Que es justamente la emoción que embarga al perro, ya que está trabajando para evitar las consecuencias desagradables que ocurrirían de no ejecutar los comandos. Está trabajando para evitar el castigo, y todas las emociones desagradables producidas por el castigo están irremediablemente asociadas en su mente al trabajo como un todo.
Si me han seguido hasta aquí, probablemente ya verán por qué la hipótesis de Delay Aversion de mi amigo Sonuga-Barke me parece tan convincente a la hora de explicar los problemas que muchas personas con déficit tienen a la hora de enfrentar tareas complejas que implican 0 gratificación o en que la recompensa está muy diferida.
Cuando le hablé acerca de mis impresiones sobre su modelo, Edmund se mostró complacido ya que según me explicó, le tomó mucho tiempo y esfuerzo lograr que su investigación acerca de Delay Aversion fuera tomada en serio por la comunidad científica del Déficit Atencional.
Me contó, por ejemplo, que al principio incluso se reían de él y le decían: “Mr. Delay Aversion”, pero que esto no lo había amilanado, sino que por el contrario, le había motivado para continuar sus investigaciones y seguir adelante.
Actualmente es sabido que el Déficit no puede ser explicado por una sola disfunción central y primaria, ya que la tremenda variabilidad que muestra en cuanto a la manifestación clínica (diferentes configuraciones de síntomas de un paciente a otro) sugiere que a la base existan diferentes orígenes (tanto a nivel neurobiológico como neuropsicológico) en los disitintos casos.
Así, en este escenario, el modelo de Delay Aversion puede ser una de varias posibles vías de desarrollo del déficit. Una que sirva especialmente a la hora de entender la problemática encontrada en pacientes con impaciencia extrema, impulsividad y desagrado visceral por toda tarea que implique postergar la gratificación.
Finalmente, sólo me gustaría contarles que para mí fue un gran honor haber conocido a este gran investigador, cuyos aportes teóricos tienen gran relevancia en mi trabajo clínico de todos los días con mis queridos pacientes con déficit. Sobre todo porque una gran mayoría de ellos no son muy “pacientes” que digamos.
He aquí un listado de las publicaciones científicas de Edmund Sonuga-Barke